Pecado (del latín peccātum) es la transgresión
voluntaria de un precepto tenido por bueno.
Para los griegos, pecado se decía hamartia:
‘fallo de la meta, no dar en el blanco’. Aludía al concepto de vivir al margen
de lo esencial debido a una actitud errónea no consciente.
Antes que los griegos y con anterioridad al
arameo, el término pecado tenía el significado de ‘olvido’. Olvido de algo que
estaba presente, "olvido" como dejar a un lado. No tener presente a
algo o alguien que en ese momento, por diversas razones, se lo dejaba a un
costado.
El concepto religioso aún vigente de pecado
como ‘delito moral’ alude a la trasgresión voluntaria de normas o preceptos
religiosos. Dado que existen innumerables normas de este tipo, existen
innúmeros pecados, a los cuales se les asigna mayor, menor o ningún castigo
según las distintas creencias.
El término “capital” no se refiere a la
magnitud del pecado sino a que da origen a muchos otros pecados.
“Un vicio capital es
aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera tal que en su deseo,
un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en
aquel vicio como su fuente principal. […] Los pecados o vicios capitales son
aquellos a los que la naturaleza humana caída está principalmente inclinada.”
(Santo Tomás de Aquino)
Los Siete Pecados Capitales, al igual que las
creencias y formas de actuar de las personas, han ido evolucionando con el
transcurso del tiempo. Esto ha sido posible gracias a la falta de definición
concisa de ellos. Al existir diferentes textos sobre estos temas, la
interpretación de ellos ha facilitado esta involución.
En contraste con nuestra época, la ética
medieval poseía claras delimitaciones. De esta manera el hombre medieval cuenta
con una suerte de código de conducta que le señalaba claramente cómo debía ser
su actuar. Esta codificación tiene su base, por un lado, en las llamadas “Virtudes Cardinales”,
verdaderas llaves maestras que posibilitaban el ejercicio de una conducta
conforme con lo que se consideraba éticamente correcto. Por otro lado, los
“Pecados Capitales” (denominados así por ser “cabeza” o principio de todos los
demás pecados) muestran claramente la
cuna de todo lo moralmente reprobable. Esta codificación moral, que si bien fue
formulada en el Medioevo, tiene una sorprendente similitud a la actualidad. Está cruzada
transversalmente por una problemática ética fundamental: la posibilidad de
acoger hospitalariamente al “otro”, al prójimo (el que está próximo) como una
persona válida por sí misma. Dicho de otra manera el entender a los seres
humanos que están frente a mí, cualquiera sea su condición, como un
“interlocutor válido”, como un fin en sí mismo. Lo que verdaderamente constituye el mal moral
es entender al “otro” como un “medio”, como un objeto que puede ser utilizado
para el propio beneficio, en conformidad al principio del “amor a sí mismo”.
Como todo en esta vida, los Siete Pecados
Capitales tienen sus contrarios, en este caso están “las Siete Virtudes”. Estas
virtudes ayudan a contrarrestar, de alguna manera, las tentaciones de cada uno
de los Pecados Capitales.
Aunque no se crea, cada uno de estos pecados
están estrechamente ligados con cada uno de los Siete Sacramentos, por ende, a
cada uno de los Siete Chakras principales.
En otras palabras, los Siete Pecados Capitales, son representaciones de
un mal procedimiento de uno mismo respecto a nuestro entorno y de la vida.
Estos son:
1.- La Pereza (Acidia).
Es el
más “metafísico” de los Pecados Capitales en cuanto está referido a la incapacidad
de aceptar y hacerse cargo de la existencia en cuanto tal. Es también el que
más problemas causa en su denominación. La simple “pereza”, más aún el “ocio”,
no parecen constituir una falta. He preferido, por esto, el concepto de
“acidia” o “acedía”. Tomado en sentido
propio es una “tristeza de ánimo” que nos aparta de las obligaciones
espirituales y divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas
se encuentran. Bajo el nombre de cosas espirituales y divinas se entiende todo
lo que Dios nos prescribe para la consecución de la eterna salud (la
salvación), como la práctica de las virtudes cristianas, la observación de los
preceptos divinos, de los deberes de cada uno, los ejercicios de piedad y de
religión. Concebir pues tristeza por tales cosas, abrigar voluntariamente, en
el corazón, desgano, aversión y disgusto por ellas, es pecado capital.
Tomada en sentido estricto en cuanto se opone
directamente a la caridad que nos debemos a nosotros mismos y al amor que debemos
a Dios. De esta manera, si deliberadamente y con pleno consentimiento de la
voluntad, nos entristecemos o sentimos desgano de las cosas a las que estamos
obligados; por ejemplo, al perdón de las injurias, a la privación de los
placeres carnales, entre otras; la acidia es pecado grave porque se opone
directamente a la caridad de Dios y de nosotros mismos.
Considerada en orden a los efectos que produce,
si la acidia es tal que hace olvidar el bien necesario e indispensable a la
salud eterna, descuidar notablemente las obligaciones y deberes o si llega a
hacernos desear que no haya otra vida para vivir entregados impunemente a las
pasiones, es sin duda pecado mortal.
Son efectos de la pereza:
- La repugnancia y la aversión al bien que hace que este se omita o se practique con notable defecto.
- La inconsistencia en el bien, la continúa inquietud e irresolución del carácter que varía, a menudo, de deseos y propósitos, que tan pronto decide una cosa como desiste de ella, sin ejecutar nada.
- Una cierta pusilanimidad y cobardía por la cual el espíritu abatido no se atreve a poner manos a la obra y se abandona a la inacción.
- La desesperación de considerar que la salvación es imposible, de tal manera que lejos de pensar el hombre en los medios de conseguirla se entrega sin freno alguno a sus propias pasiones.
- La ociosidad, la fuga de todo trabajo, el amor a las comodidades y a los placeres.
- La curiosidad o desordenado prurito de saber, ver, oír, que constituye la actividad casi exclusiva del perezoso.
En el
fondo, la acidia se identifica con el “aburrimiento”. Pero no con ese
aburrimiento objetivo que nos hace escapar de una cosa, de una situación o de
una persona en particular. Más bien se refiere al “aburrimiento” que sentimos
frente a la existencia toda, frente al hecho de existir y de todo lo que esto
implica. La vida nos exige trabajo, esfuerzo para actuar según lo que se debe,
esfuerzo que no es ni gratuito ni fácil. Cuando no somos capaces de asumir este
costo (este trabajo) y desconocemos aquello que debemos “hacer” en la
existencia, la vida humana se transforma en un vacío que nos causa “horror”; se
transforma en un vacío que nos angustia y del cual escapamos constantemente
casi sin darnos cuenta. De hecho ‘aburrimiento’ significa originariamente “ab
horreo” (horror al vacío).
En conclusión, la pereza o acidia es el más
metafísico de los pecados capitales porque implica no asumir los costos de la
existencia, de escapar constantemente de hacer lo que se debe, por no saber lo
que se debe.
El remedio radical o Virtud contra la Pereza es
la Diligencia o Laboriosidad, que es prontitud, cuidado y eficiencia en el
cumplimiento del deber.
Compromete al:
Sacramento del Bautismo.
Primer Chakra: Muladhara.
2.- La Lujuria.
Tradicionalmente se ha entendido la lujuria
como “appetitus inorditatus delectationis venerae”, es decir, como un apetito
desordenado de los placeres eróticos. La tradición cristiana subdividió este
pecado en la simple fornicación, el estupro, el rapto, el incesto, el
sacrilegio, el adulterio, el pecado contra la naturaleza, comprendiendo bajo
esta última especie, la polución voluntaria, la sodomía y la bestialidad. La
lujuria sería siempre un “pecado mortal” pues involucra directamente la
utilización del otro, del prójimo, como un medio y un objeto para la
satisfacción de los placeres sexuales.
Hay en este pecado dos grandes principios en
juego: el verdadero concepto del amor y la finalidad de la sexualidad.
El cristianismo (y gran parte de la tradición
clásica especialmente la griega), entienden por “amor” algo muy distinto de lo
que el mundo contemporáneo comprende. El concepto de amor tiene una importancia
central en el cristianismo. De hecho Dios mismo es identificado con el amor.
Para el cristiano el amor es “superabundancia”, capacidad de dar y de darse,
“caritas”, en definitiva: caridad, una de las tres Virtudes Teologales. De esta
manera el amor implica un donarse, un darse por el otro, por el prójimo.
Recordemos la segunda parte del único mandamiento que anuncia el Nuevo
Testamento: “...amar al prójimo como a sí mismo”. El amor cristiano, y también
el griego, está, de esta forma, desligado en su origen de cualquier tipo de
sexualidad, incluso de la corporeidad. Lo erótico es una consecuencia, un plus
totalmente prescindible. La casi sinonimia entre amor y sexo es producto de la
modernidad. El “hacer el amor” como sinónimo de “relación sexual” es el mejor
ejemplo de lo anterior. La Lujuria sería, entonces, totalmente contraria al
amor (y a Dios) entendido en términos cristianos. El pecado de la lujuria no
considera al otro como una “persona” válida y valiosa en sí misma, como un fin
en sí misma por el cual tendríamos que darnos. El otro pasa a ser un objeto, una
cosa que satisface la más fuerte de las satisfacciones corporales: el placer
sexual. Aun más, el sujeto mismo que incurre en un acto lujurioso se convierte,
así, en un objeto, que olvida o suspende su propia dignidad. Por otro lado,
para el pensamiento cristiano la sexualidad tiene una finalidad preestablecida,
única y clara. La reproducción y la perpetuación de la especie. Esta clara
finalidad da también sentido a la existencia del hombre ordenado su acción en
vista del amor de Dios. La lujuria, en cambio, que no tiene en vistas la
finalidad de la reproducción y que por esto pierde todo sentido, se convierte
en una acción vacía, sin sentido, que de alguna manera convierte al hombre en
nada y lo aleja del Ser de Dios.
El remedio radical o Virtud contra la lujuria
es la Castidad, que consiste en el dominio de sí, en la capacidad de orientar
el instinto sexual al servicio del amor y de integrarlo en el desarrollo de la
persona.
Compromete al:
Sacramento de la Primera Comunión.
Segundo Chakra: Svadhisthana.
3.- La Gula.
Este pecado es definido como “el uso inmoderado
de los alimentos necesarios para la vida”. La definición teológica se
complementa con que el placer o deleite que acompaña al uso de los alimentos,
nada tiene de malo; al contrario, es el efecto de una providencia especial de
Dios para que el hombre cumpliese más fácilmente con el deber de su propia conservación.
Prohibido es, empero, comer y beber hasta saciarse por ese solo deleite que se
experimenta. De esta manera, la religiosidad latina especifica estas faltas en:
Proepropere: comer antes de tiempo o cuando se
debe abstener de comer, por ejemplo en los días de ayuno señalados por la
Iglesia;
Laute: cuando se comen manjares que
superan las posibilidades económicas de la persona;
Nimis: cuando se bebe o se come en
perjuicio de la salud de la persona;
Ardenter: cuando se come con extrema
voracidad o avidez a manera de las bestias.
La gula se transforma en pecado en los
siguientes casos:
- Cuando por el solo placer de comer se llega al hurto o se reduce a la familia a la mendicidad.
- Cuando el deleite en el comer se reduce a un fin único y preponderante en la vida.
- Cuando es causa de graves pecados como la lujuria y la blasfemia.
- Cuando trasgrede los preceptos de la Iglesia en los días de ayuno y de abstinencia de ciertos alimentos.
- Cuando se provoca voluntariamente el vómito para continuar el deleite de la comida.
- Cuando se auto infiere grave daño a la salud o sufrimiento a sí mismo y a los que lo rodean.
Además de lo dicho por la teología tradicional,
la gula tiene un aspecto que no debemos
dejar de considerar. La gula es la manifestación física de un apetito más
profundo y significativo. El que cae en las tentaciones de la gula, no sólo
quiere consumir comida. Quiere, de alguna manera, ingerir todo el universo.
Asimilar, hacer suyo todo lo exterior, reducir todo lo otro a sí mismo. En
este sentido la gula se mimetiza estrechamente con la lujuria, se trata de
poner por sobre lo otro, reducirlo, objetivarlo y hacerlo suyo. De esta
manera el “glotón” se transforma en el
único centro de referencia, en conformidad con el principio del amor a sí
mismo. El asimilar, reducir el universo y al prójimo en general y, en
particular, a sí mismo, que es la más radical negación del otro.
El remedio radical o Virtud contra la Gula es
la Templanza, que regula la atracción por los placeres y procura el equilibrio
en el uso y disfrute de los bienes creados, asegurando el dominio de la
voluntad sobre los instintos y manteniendo los deseos en los límites de la
honestidad.
Compromete al:
Sacramento de la Confirmación.
Tercer Chakra: Manipura.
4.- La Ira.
“Appetitus inordinatus vindictae” es
decir, un “apetito desordenado de venganza”. “Que se excita –continua la definición latina– en nosotros por alguna ofensa real o supuesta. Requiérase, por
consiguiente, para que la ira sea pecado, que el apetito de venganza sea
desordenado, es decir, contrario a la razón. Si no entraña este desorden no
será imputado como pecado”. De esto último se desprende que habría una ira
“buena y laudable” si no excede los límites de una prudente moderación y tiene
como fin suprimir el mal y restablecer un bien. Por ende, el apetito de
venganza es desordenado o contrario a la razón y, por consiguiente, la ira es
pecado cuando se desea el castigo al que no lo merece, o si se le desea mayor
al merecido, o que se le infrinja sin observar el orden legítimo, o sin
proponerse el fin debido que es la conservación de la justicia y la corrección
del culpable. Hay también pecado en la aplicación de la venganza, aunque esta
sea legítima, cuando uno se deja dominar por ciertos movimientos inmoderados de
la pasión. De esta manera la ira se convierte en pecado gravísimo porque
vulnera la caridad y la justicia. Son hijos de la Ira: el maquiavelismo, el
clamor, la indignación, la contumelia, la blasfemia y la riña.
De la definición
anterior se desprende que la ira es el uso de una fuerza directa o verbal que
trasgrede los límites de la legítima restitución de un bien ofendido. La
violencia, entendida como el uso de la fuerza, si es desmedida, es claramente
una anulación del otro. En el leguaje, mediante la ofensa o el improperio,
encontramos también el deseo de perjuicio e, incluso, de nulidad del otro.
Es importante hacer notar que el uso de la
fuerza en contra del prójimo no siempre es un mal moral. Debe ser entendida
como un mal menor si el fin por el cual se realiza no es sólo la anulación del
otro sino que persigue fines legítimos como la conservación de la vida propia o
de terceros. Tal es el caso de la “guerra legítima” que procura evitar la
propia muerte o la privación de la legítima libertad a mano de un invasor, la
legítima defensa. El uso de la fuerza se justifica también cuando se procura,
con esto, el bien del otro, evitando de esta manera un daño mayor que el dolor
que se infringe.
La ira se convierte en pecado gravísimo cuando
nuestro instinto de destrucción sobrepasa toda moderación racional y,
desbordando todo límite dictado por una justa sentencia, se desea sólo la
inexistencia del prójimo.
El remedio radical o Virtud contra la Ira es la
Paciencia o Perseverancia, que es la actitud que lleva al ser humano a poder
soportar contratiempos y dificultades para conseguir algún bien y la
Mansedumbre, que es una forma de Templanza que evita todo movimiento
desordenado de resentimiento por el comportamiento de otro.
De acuerdo con la tradición filosófica,
"es la constancia valerosa que se opone al mal, y a pesar de lo que sufra
el hombre no se deja dominar por él”.
Compromete al:
Sacramento del Matrimonio.
Cuarto Chakra: Anahata.
5.- La Envidia
La envidia es definida como “Desagrado, pesar,
tristeza, que se concibe en el ánimo, del bien ajeno, en cuanto éste bien se
mira como perjudicial a nuestros intereses o a nuestra gloria: tristia de bono alteriusin quantum est
diminutivum propiae gloriae et excellentiae” De esta manera, para saber si
la envidia es una falta moral, es necesario investigar el verdadero motivo que
produce la tristeza que se siente frente al bien que posee el prójimo. De esta
manera la envidia no es pecado cuando:
Nos entristecemos por el cargo, potestad o
bienes materiales alcanzado por quien no los merece y podría hacer mal uso de
esa autoridad causando grave daño a sus semejantes.
Sentimos insatisfacción por los bienes que
posee quien no los merece y en vista de que nosotros le daríamos mejor fin. Por
ejemplo, el que abunda en riquezas haciendo mal uso de ellas: los avaros que no
hacen uso de sus bienes ni para beneficio propio ni para el de los demás.
Otras veces, nos entristecemos, no tanto de lo
que el otro posee como del hecho de que nosotros carecemos de ese bien, si esta
constatación nos muestra el tiempo y las oportunidades perdidas y alienta
nuestro propio sentido de superación.
La envidia es falta gravísima, cuando nos
incomoda y angustia a tal grado el bien o los bienes materiales del otro, que
deseamos verlo privado de aquellos bienes que legítimamente a conseguido y al
que, nosotros, por nuestra impotencia, no hemos logrado conseguir. De esta
manera, este deseo de ver privado al otro de sus bienes nos puede conducir a
procurar, por todos los medios, a efectivamente quitarle esos bienes o de hacer
ver, con el uso del chismorreo, que aquel no debería poseer lo que posee. La
mentira, la traición, la intriga, el oportunismo, entre otras faltas, se
desprenden de esta tristeza frente al bien ajeno y a nuestra propia incapacidad
de acceder a tales bienes.
El remedio radical o Virtud contra la Envidia
es la Caridad, que es la virtud sobrenatural infusa por la que la persona puede
amar a Dios sobre todas las cosas, por él mismo, y amar al prójimo por amor a
Dios y el Amor Fraterno, que es el afecto entre hermanos, aunque puede
extenderse a otros parientes exceptuados los padres y los descendientes. Nace
de un sentimiento profundo de gratitud y reconocimiento a la familia, y se
manifiesta por emociones que apuntan a la convivencia, la colaboración y la
identificación de cada sujeto dentro de una estructura de parentesco.
Compromete al:
Sacramento de la Confesión.
Quinto Chakra: Vishuddha.
6.- La Avaricia.
La
teología cristiana explica el pecado de la avaricia como un amor desordenado de
las riquezas, ya que lícito es amar y desear las riquezas con fines honestos en
el orden de la justicia y de la caridad, como por ejemplo, si se las desea para
cooperar más eficazmente con la gloria de Dios, para socorrer al prójimo etc.
El crimen de la avaricia no lo constituyen las riquezas o su posesión, sino el
apego inmoderado a ellas; esa pasión
ardiente de adquirir o conservar lo que se posee, que no se detiene ante los
medios injustos; esa economía sórdida que guarda los tesoros sin hacer uso de
ellos aun para las causas más legítimas; ese afecto desordenado que se tiene a
los bienes de la tierra, de donde resulta que todo se refiere a la plata, y no
parece que se vive para otra cosa que para adquirirla.
La
avaricia, por consiguiente, es pecado mortal siempre y cuando el avaro
ame de tal modo las riquezas y pegue su corazón a ellas que está dispuesto a
ofender gravemente a Dios o a violar la justicia y la caridad debida al
prójimo, o a sí mismo.
En la avaricia se ven claramente los elementos
comunes a todos los pecados. Por un lado, el avaro pierde el verdadero sentido
de su acción poniendo el fin en lo que debería ser un medio, en este caso la
obtención y la retención de las riquezas. Lo que importa al cristianismo es que
el prójimo reciba, en justicia, la
caridad que todos le debemos al menesteroso. La avaricia es directamente
contraria a la caridad en cuanto es un “no dar”, más aun en privar a otros de
sus bienes para tener más que retener. Por otro lado, el privar al otro de sus bienes, muchas veces
con malas artes, y retener estos bienes en perjuicio del otro, es también negar
al otro en su calidad de persona, de fin en sí. Se lo utiliza para satisfacer,
mediante la acumulación de riquezas, el principio del amor a sí mismo.
Son “hijos” o faltas menores de la avaricia: el
fraude, el dolo, el perjurio, el robo, el hurto, la tacañería, la usura, etc.
El remedio radical o Virtud contra la Avaricia
es la Sencillez, que es ser feliz con poco y La Generosidad, que es pensar en
compartir y dar de lo tuyo. Siempre habrán otros que tienen más necesidad que
tú.
Compromete al:
Sacramento del Sacerdocio.
Sexto Chakra: Ajna.
7.- La Soberbia (Orgullo).
Es el
principal de los pecados capitales. Es la cabeza de “todos” los restantes
pecados. Recordemos que por esta falta, según la teología cristiana, el hombre
fue expulsado del jardín del paraíso. Es una ofensa directa contra Dios, en
cuanto el pecador cree tener más poder y autoridad que Dios. En general es
definida como “amor desordenado de sí mismo”. Según Santo Tomás de Aquino, la
soberbia es “un apetito desordenado de
la propia excelencia”. Se considera pecado mortal cuando es perfecta, es decir,
cuando se apetece tanto la propia exaltación que se rehúsa obedecer a Dios, a
los superiores y a las leyes. Se trata de renunciar a Dios en cuanto es Verdad
y sentido conductor de la existencia e instalarse a sí mismo como Verdad
suprema e infalible y como fundamento de la acción humana. De la misma manera,
y guardando las distancias, se aplica al respeto y a la consideración que los
subordinados le deben a las autoridades legítimamente constituidas. De la
soberbia se desprenden las siguientes faltas menores:
- La Vanagloria: es la complacencia que uno siente de sí mismo a causa de las ventajas que uno tiene y se jacta de poseer por sobre los demás. Así mismo, consiste en la elaborada ostentación de todo lo que pueda conquistarnos el aprecio y la consideración de los demás.
- La Jactancia: falta de los que se esmeran en alabarse a sí mismos para hacer valer vistosamente su superioridad y sus buenas obras. Sin embargo, no es pecado cuando tiene por fin desacreditar una calumnia o teniendo en miras la educación de los otros.
- El Fausto: consiste en querer elevarse por sobre los demás en dignidad exagerando, para ello, el lujo en los vestidos y en los bienes personales; llegando más allá de lo que permiten sus posibilidades económicas.
- La Altanería: Se manifiesta por el modo imperioso con el que se trata al prójimo, hablándole con orgullo, con terquedad, con tono despreciativo y mirándolo con aire desdeñoso.
- La Ambición: Deseo desordenado de elevarse en honores y dignidades como cargos o título, sólo considerando los beneficios que les son anexos, como la fama y el reconocimiento
- La Hipocresía: simulación de la virtud y la honradez con el fin de ocultar los vicios propios o aparentar virtudes que no se tienen.
- La Presunción: consiste en confiar demasiado en sí mismo, en sus propias luces, en persuadirse a uno mismo que es capaz de efectuar mejor que cualquier otro ciertas funciones, ciertos empleos que sobrepasan sus fuerzas o sus capacidades. Esta falta es muy común porque son rarísimos los que no se dejan engañar por su amor propio, los que se esfuerzan en conocerse a sí mismos para formar un recto juicio sobre sus capacidades y aptitudes.
- La Desobediencia: es la infracción del precepto del superior. Es pecado mortal cuando esta infracción nace del formal desprecio del superior, pues tal desprecio es injurioso al mismo Dios. Pero cuando la violación del precepto no nace del desprecio sino de otra causa y considerando la materia y las circunstancias del caso, puede ser considerada una falta menor.
- La Pertinacia: consiste en mantenerse adherido al propio juicio, no obstante el conocimiento de la verdad o mayor probabilidad de las observaciones de los que no piensan como el sujeto en cuestión.
El remedio radical o Virtud contra la Soberbia
es la Humildad, que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y
debilidades, obrando de acuerdo con este conocimiento.
Según el cristianismo, “Dios abate a los soberbios y eleva a los humildes” (Luc. 14)
Compromete al:
Sacramento de la Extremaunción.
Séptimo Chakra: Sahasrara.
Buenas, no tengo claro que la avaricia y la envidia sean el sexto y quinto chakra. La envidia y avaricia quizás deberían estar mas asociadas con el cuarto que corresponde con el amor al otro. Y la avaricia es quitarle algo al otro y la envidia deseo de tener lo que tiene el otro. Nada que ver con la comunicación del quinto y el amor del sexto. ¿Como lo ves?
ResponderEliminargracias por compartir tus conocimientos, dios te ilumine y bendiga siempre, así sea.
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