Del hebreo קַבָּלָה (qabbālāh), que significa “recibir”, la Kábbalah o Cábala, es una corriente de interpretación mística, esotérica y alegórica del Antiguo Testamento que se refiere a la tradición oral que recibió Moisés de Dios, en oposición del Torá, la que es la tradición escrita.
El concepto refiere al conjunto de doctrinas que, mediante el esoterismo y el cumplimiento de ciertos preceptos, pretende revelar el mensaje de Dios y del mundo.
La Kabbalah es una tradición viva de conocimiento superior, un sistema universal no sujeto a dogmas ni ideologías religiosas, por lo que es perfectamente válido para todas las personas interesadas en el autoconocimiento, la transformación, la apertura de la conciencia, el desarrollo de capacidades y la evolución, tanto en el ámbito espiritual como en lo terrenal.
Un poco de historia...
Si bien las raíces de la Kabbalah se remontan al Antiguo Egipto, a la Atlántida, a Lemuria, e incluso mucho más atrás en el tiempo, la tradición cabalística actual señala a Abraham como el primer humano que estableció la metodología en el pueblo judío y, de ahí, al mundo, como bien expresa la misma obra que se le atribuye: “Séfer Yetsirá: El Libro de la Creación”, estableciendo a su vez los principios básicos de esta sagrada herramienta para la transformación y evolución interior, que también produce lindos y suculentos frutos en el exterior.
En esa obra, están ya presentes los elementos cabalísticos fundamentales que, no sólo han llegado hasta nuestros días, sino que también siguen teniendo la misma importancia y utilidad de entonces. Se trata, por ejemplo, de los 72 nombres de Dios, las 10 esferas, las 22 letras hebreas, los Arcángeles, Ángeles y las Esferas Planetarias, las técnicas de meditación y de oración, e incluso las prácticas mágicas y alquímicas.
Con todo esto y mucho más, integrado y desarrollado de forma perseverante y continua, es posible lograr un grado de unión tan profundo con el Intelecto Divino, que lleva a materializar eso que en la dimensión terrena llamamos milagros.
Después de Abraham, Moisés fue el segundo impulsor significativo de la Kabbalah. Detrás de él la practicaron y desarrollaron los Esenios, el linaje en el que nació Yeshua o Jesús en su encarnación de hace más de dos mil años.
Ahora bien, no sólo el Maestro del Amor, de la Paz y del justo uso de la Energía Universal, era un gran caballista, sino que también lo fueron muchos de sus parientes más cercanos y, desde luego, sus padres, sus abuelos maternos, su esposa, María Magdalena, y algunos de sus hijos y nietos.
En el gran y largo recorrido histórico y evolutivo de la humanidad, la Cábala ha ido asimilando y adaptando contenidos de otras culturas, tradiciones y pueblos, como también ha introducido enseñanzas de la gnosis y la filosofía griega y, más recientemente, aunque pareciera ser que no y se niegue actualmente por los ortodoxos del tema, de la Psicología Jungiana y Transpersonal.
Por esa misma capacidad de evolución, integración y adaptación que tiene, la Kabbalah se ha convertido, a lo largo del tiempo, en un camino de conexión con el Todo, con la Fuente Divina, con la Creación misma.
Por lo mismo, al momento de estudiarla, es que podemos ir viendo muchas similitudes con casi todas las civilizaciones, culturas y religiones que se conocen hasta el momento, a lo largo y ancho del planeta.
El Árbol de la Vida...
Ahora bien, el símbolo fundamental de la Cábala es el “Árbol de la Vida”, un mapa de la Gran Consciencia y de la Energía Universal expresada en Luz y Obscuridad, que representa al Todo, al Uno, a la Fuente Divina y Cósmica de la Existencia, al Universo y a la Humanidad, a la unión de cada ser humano, desde lo Macro a lo Micro, desde Adentro hacia Afuera y viceversa, desde Arriba hacia Abajo y viceversa, además de la relación que existe entre cada componente de la Santísima Trinidad de la Vida Una, expresadas en las experiencias materiales y terrestres, como las celestiales y espirituales.
Es el mismo Árbol de la Vida que podemos encontrar en otras culturas, como la egipcia y la hinduísta, de los cuales se desprenden los Siete Chakras (que son los siete niveles del Árbol de la Vida que contienen a los diez Sefirot), que, con el tiempo, el catolicismo adoptó en forma disfrazada como los Siete Sacramentos, ocultando el verdadero significado, pero enfocando una gran parte del manejo de las energías para encauzar a la humanidad para su propio beneficio. A nivel material y físico, serían las Siete Glándulas Endocrinas. Y a nivel más sutil y etéreo, serían los Siete Cielos, las Siete Dimensiones.
Ver Relación entre Los 7 Sacramentos, El Árbol de la Vida y Los Chakras.
Fue a partir del siglo XII, cuando todo el cuerpo de conocimiento delineado en el Sefirá Yetsirá, se reestructuró de una manera nueva, sintetizada y simbolizada en lo que hoy conocemos como el Árbol Cabalístico de la Vida, una amplia y enriquecedora síntesis e integración de cinco saberes fundamentales del Conocimiento Perenne o Gnosis, cinco de las más elevadas y avanzadas ciencias sagradas para la evolución, transformación y elevación del alma humana, y de la personalidad terrestre en la que ésta habita en cada encarnación.
Se trata del Tarot, la Astrología, la Alquimia, la Numerología y la misma Kabbalah, todas ellas relacionadas también con el ámbito psicológico humano.
Gracias a esa unidad, y en una única imagen, nos encontramos en el Árbol de la Vida con una representación completa de la propia existencia: una Geometría Sagrada que muestra las esferas más sutiles y mundanas, así como los distintos caminos y modos de conexión que hay entre ellas, todos disponibles para ser andados, experimentados, integrados y desarrollados por todo ser que ha encarnado en un cuerpo de carne y hueso, vehículo a través del cual la esencia espiritual se manifiesta, aquella sagrada vasija espiritual capaz de conectar albergar y manifestar códigos y frecuencias energéticas de alta vibración, una vez que aquellos seres, en forma consciente, se hayan liberado de las de menor frecuencia.
Cada Sefirá o esfera del Árbol Cabalístico de la Vida, cuenta con distintos poderes y energías regentes, cuyos apelativos tradicionales son aquellos con que nos han inculcado a lo largo de la historia humana, como son los nombres de Dios, los Arcángeles, el Coro o Jerarquía Angelical y las Esferas o Dimensiones energéticas, que están detrás de todo lo existente, rigiendo y alentando con su energía particular a cada uno de los Sefirá. Son distintos grados de Consciencias de muy alto y elevado “voltaje”, energías de distintos calibres, frecuencias y vibraciones, expresadas desde lo más sutil y etéreo, hasta lo más denso y material, todas conectadas entre sí, traspasando su saber, información y experiencias en los distintos planos hacia ambos lados de su Ser, tanto hacia arriba como abajo, tanto hacia adelante como atrás, tanto a la izquierda como a la derecha, y tanto adentro como afuera, para mantener así la Gran Unidad que los encierra y sostiene a todos, creando en forma constante, infinita y eterna, pasando por todos los estados de existencia.
Para poder entenderlo a nivel mental, es que la Cábala lo expresa con distintos nombres y funciones específicas, siendo cada uno un regente de cada emisión, energía, astro, chakra, color, sonido, etc, pero que así y todo están todos interconectados; por tanto, todos y cada uno, hace lo mismo que el otro, pero en distintos niveles y vibraciones.
Es así como existen los “22 senderos o caminos del Árbol”, representados y regidos por las veintidós letras del alfabeto hebreo, que también son emanaciones energéticas de elevadísimo calibre, canales a través de los cuales pasan la energía, y no como simples letras como ahora las entendemos. De hecho, nada es lo que habíamos creído que era. Todo es mucho más profundo y sagrado.
Programación Divina...
En la medida que vamos individualmente retirando todos y cada uno de los velos con que nos han mantenido tapados y ocultos de los misterios de la vida, más disponibles se nos hace para todos sus secretos, y más comprendemos que, lo que antes llamábamos divinidades, vedas, diosas, dioses, arcángeles, ángeles, maestros y guías espirituales, estrellas, astros, como también demonios, espíritus y elementales (y hoy en día como extraterrestres), son en realidad mucho más que seres antropomórficos, místicos y mitológicos e imaginarios, sino que códigos y programas energéticos, frecuencias de luz, color, números y formas, que vibran a una determinada velocidad que son parte de la totalidad y responsables de todo lo que existe, los creadores de todo lo que el cuerpo humano percibe a través de los cinco sentidos, para así poder jugar y experimentar con la existencia, consigo misma, en forma eterna e infinita, plasmado en un mismo y único plano obscuro de proyección, al cual le llamamos planeta.
Es decir, una especie de “software” dentro de un gran hardware virtual.
En otras palabras, una especie de tecnología informática de un muy elevado nivel, mas no material, sino energética y espiritual que se retro alimenta a sí misma, en un ciclo eterno de nacimientos y muertes, de días y noches, de luz y obscuridad, de bits y bytes, de encendidos y apagados, que, dicho sea de paso, es la base de lo que los mismos seres humanos han inventado y creado con su tecnología, ya que la humanidad no es otra cosa que la propia expresión del Todo en forma materializada.
Es por ello que podemos encontrar este mismo “software” expresado en el cuerpo humano, en sus genes, en su código genético, en lo que llamamos ADN, lo que demuestra lo divino que todos somos.
Es así que en la Kabbalah se expresa lo mismo desde un nivel material y mental, matemático y alquímico, a través de la combinación de las veintidós letras hebreas, en donde cada una representa una energía y vibración particular de luz/obscuridad, y sonido/silencio, como también de conceptos visuales y mentales, formando lo que se conoce como los 72 nombres de Dios, los 72 nombres de ángeles y arcángeles, ordenados y clasificados desde distintos puntos de vistas, como es a nivel astrológico, energético, jerárquico, etc., que no son otra cosa que 72 combinaciones de códigos energéticos, 72 Inteligencias Creadoras, dotadas de unos determinadas frecuencias de información/luz, que les otorga capacidad para crear por sí mismas; 72 inteligencias que están formadas por la combinación de tres letras hebreas, dando lugar a 72 llaves que abren y dan acceso a todos los programas que están instalados e incluidos en todo lo que existe y es.
El paradigmático número 72 es un código en sí mismo, que también contiene un programa informático, transmisor y dador de luz con forma, al igual que el 3, número sagrado y alquímico por excelencia: tres letras en cada Nombre, tres versículos del relato del Mar Rojo.
3 x 3 = 9,
3 + 3 + 3= 9,
7 + 2= 9.
El 3 y el 9 son dos de las frecuencias creadoras que Tesla postulaba y no en vano, cuya tercera frecuencia (de nuevo tres) es el 6, que surge de restar 3 al 9.
Las letras hebreas, como las runas, la escritura cuneiforme, los jeroglíficos egipcios y otras grafías, son formas de conciencia-energía-espíritu-ser de muy elevada frecuencia, formulaciones primarias del espíritu, moldes o vasijas que contienen y expresan la energía viva de la Luz Divina, el hálito del Santo y Primordial Espíritu, así que es lógico que tengan ese poder. Por algo son ellas las que forman las 72 Inteligencias Creadoras.
Los relatos Sagrados...
Esas 72 combinaciones de letras, que dan lugar a tantas otras Inteligencias Creadoras, salen de los tres primeros versículos del relato del Mar Rojo, en el que se narra la salida de Egipto del pueblo israelita, en dirección a la Tierra Prometida. Una marcha liderada por Moisés, encargado de llevar adelante la liberación de la misma gente a la que él había contribuido a dominar.
Es por ello que los textos bíblicos originales, sin recortar ni manipular, no son otra cosa que textos cabalísticos, cuyas enseñanzas y tecnologías energéticas y espirituales han estado abiertas y disponibles a todos y para todos, pero que han sido manipulados por las religiones e instituciones judaicas, católicas y derivados, para así mantener el poder de aquella sabiduría y el control mental y espiritual de la humanidad, con tal de ser los únicos que puedan disfrutar del Universo mismo a su antojo, egoísmo y conveniencia.
Por otra parte, los relatos sagrados de todas las tradiciones de sabiduría, tienen varias capas y niveles de lectura, comprensión, interpretación y aplicación, para que cada cual reciba de ellos lo necesario, según su grado de consciencia, conocimiento y desarrollo. A medida que éstos se amplían, gracias a la labor continua con uno mismo, es posible llegar a las capas más profundas y escondidas. Quienes no realicen esa tarea de transformación interna y consciente, en forma constante y permanente, se quedarán sólo en la superficie, tomando lo escrito como una mera información en forma literal y cronológica, sin sentido, como una historia, un cuento y un mito.
Ahora bien, de nada sirve tampoco el sólo leer, mentalizar, conocer, saber, entender y comprender lo que en la Cábala se expresa, aunque se practique y experimente las veces que sea y de las forma que sea, si no se tiene y se suma el elemento fundamental y principal que los mismos textos mencionan en distintas formas, el que mueve todo, lo que le da Vida y Suspiro a todo, llamado Fé. Aquella fuerza incomprensible que sólo se siente y que no se puede definir ni expresar, en donde no existe la duda y tampoco la creencia, sino que sólo aquella fuerza interna que todo lo da, todo lo mueve, sin pedir nada a cambio.
Es así que, a modo de ejemplo, esta tecnología energética y espiritual, de las 72 frecuencias creadoras o llaves cabalísticas inteligentes, las usó Moisés para separar, literalmente, las aguas del Mar Rojo, pudiendo atravesarlo y llegar sanos y salvos a la otra orilla, librándose así del ejército del faraón que les pisaba los talones.
Y para que efectivamente hiciera efecto y realmente fuera realizada esa separación física de aguas, Moisés tuvo que entrenarse mucho y muy profundamente. No fue algo gratuito ni casual, sino el resultado de una gran labor consigo mismo: de autoconocimiento, transformación, transmutación y evolución, tal cual Jesús con sus milagros, sumado a un profundo conocimiento de las leyes universales y de los elementos, y fue precisamente la sabiduría egipcia en la que se formó y practicó desde muy joven, por citar sólo lo más relacionado con aquella encarnación.
Meterse en el mar y moverse por él, antes de que las aguas se hubieran separado, fue, a su vez, un inmenso acto de Fe y más aún de certeza, dos requisitos imprescindibles para que los milagros ocurran, y que siempre han de acompañar a nuestros actos para atraerlos efectivamente hacia nosotros y a nuestra vida.
La primera implica confianza plena en que sucederá aquello que se anhela y la segunda, aún más significativa y potente, nos hace estar completamente seguros de que sí o sí se materializará, sin tener que saber el cómo, sólo fluyendo, aunque las apariencias externas muestren otra cosa e incluso, con frecuencia, que va a ocurrir todo lo contrario.
La certeza es una seguridad interna y absoluta de que la ayuda llegará, la cual procede de uno mismo, del ser y de su conexión sin condiciones con la divinidad que llevamos dentro, que se activa en el preciso instante en que nos metemos de lleno en el mar de las situaciones, en donde ponemos lo mejor de nosotros mismos, y sólo hacemos lo que debemos de hacer, sin pensar, sin miedo ni duda alguna y quitándonos del medio para no estorbar ni estropear su acción, sin esperanza, ni proyección personal alguna, sin ego ni nada que le relacione.
Conclusión...
Luego de todo lo expuesto en este artículo, se puede decir, entonces, que la Kabbalah es una herramienta muy poderosa que, con la comprensión, práctica y Fé real y sincera, en forma consciente, se puede contribuir, cual Ángel, dios o diosa, a la propia Creación en forma honesta, limpia, pura y santa, como un eslabón más del Todo.
No es casual que siempre se haya dicho que la Humanidad es la conexión entre el Cielo y la Tierra, el encargado de traer uno al otro y de supervisar responsablemente que así siga siendo por la eternidad.
Por ello somos materia y espíritu al mismo tiempo, cuerpo y alma, la perfección misma de toda la Creación, el eslabón primordial de que todo siga existiendo, la unión de lo sutil con lo denso, la imagen y semejanza de Dios mismo, encerrado en los 72 códigos inteligentes de la creación.
Somos el propio Universo manifestado en nosotros mismos, experimentándonos, jugando, viviendo en este ciclo eterno e infinito de Luz y Obscuridad, de Vida y Muerte, sin desaparecer jamás.
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